viernes, 27 de noviembre de 2009

Una historia Sebácea

Tengo una oreja dentro de una oreja, o sea, que en estos momentos, tengo tres orejas y no por eso escucho mejor. Y no, no es adivinanza ni moraleja ni sentencia moral. Uno tiene que cuidarse de las pequeñas bolitas de grasa que salen en el cuerpo, sobre todo si esas bolitas comienzan a crecer y a crecer y a crecer hasta casi tener personalidad propia.

Un día desperté con una bolita de grasa en el lóbulo y la sentí como una hija,  como un miembro más de la familia, de inmediato la hice sentir cómoda y le procuré un ambiente cálido para su desarrollo. Y así, de esta forma, mi Bolita se emancipó (ignoro si se reprodujo), rozagante, fuerte y bien alimentada.

Tengo que admitir que, por un tiempo, compartimos cosas importantes. Pero fui ingenuo, mientras yo creía que estábamos construyendo algo, una relación quizá; mientras yo le confesaba mis planes más íntimos, o la fregaba con cremita, o ignoraba a todos los que me aconsejaban pincharme el lóbulo para apartarla de mí, mientras eso sucedía, ella se independizaba.

Ahora se, que los Quistes no tienen ni memoria ni palabra.Hace poco, de la nada, alcanzó una especie de mayoría de edad que evidenció su presencia. Antes era sólo percibida a través del tacto, desde hace unos días, como ya dije, tengo una oreja dentro de la oreja.

No puedo dormir de lado porque recostarme en ella es muy doloroso. Tampoco he podido ir al box porque no voy a dejar que cualquier pendejo la desmadre con un volado de derecha, peor aún, que se le ocurra aplicar la Maik Taison.

De hecho, quiero quedarme con ella.  No bajo estas condiciones porque eso tendría implicaciones serias, ya saben, pagar dos asientos en el transporte o dos boletos para el cine. Afortunadamente, el doc me dio unas pastillitas que funcionan de maravilla, pronto será tan pequeña como para sacarla y encriptarla sobre un grano de arroz que colgará en mi pecho.

Así de barbas.

domingo, 15 de noviembre de 2009

Las salchichas o Pedro Infante

Fui a una secundaria pública y técnica, de esas de uniforme café y que surgieron con la idea de que los alumnos tuviesen una carrera u oficio al egresar. Mi escuela, entre pueblerina y barriobajera, daba la opción de escoger entre 4 talleres: carpintería, plomería, costura y conservas de alimentos.

Desde un principio, la idea de ponerme un delantal y hacer mermeladas y quesos y cremas y chorizos y demás chingaderas por el estilo, me resultó demasiado atractiva. Así que no dudé en solicitar mi ingreso al grupo de las "cocineras" y vislumbrar mis tres años de educación secundaria, entre almíbares y chocolates.

La primera semana de clases fuí solicitado en la oficina del subdirector. Toqué la puerta:
-¿Alumno Isteri?
-Sí.
-Siéntate hijo.
-Gracias.
-¿Sabes por qué te llamé?
-No
-Es que estábamos leyendo tus papeles y creemos que hay unos errores así que queríamos preguntarte.
-Dígame.
-Verás, como sabes Isteri, en la escuela hay 4 talleres, 2 de ellos para hombrecitos, y 2 para mujercitas.¿A ti te gustan las mujercitas verdad?
-Sí, respondí.
-Bien, creo que entonces tu taller debe ser carpintería.

Y así fue como incursioné en los artes de Pepe el Toro. Por supuesto, fue un martirio cargar, tres veces por semana, durante tres años, tablones de madera que luego se volvían muebles malhechos, chuecos o inservibles. Durante ese tiempo, mis compañeras de grupo presumían las natillas y los betunes, y para mi eran un misterio la amalgama de olores que salían de su taller.

Nunca supe por qué no la armé de pedo, por qué no dije miraweymétetelaputacarpinteríaporelculode ida y vuel-ta. Creo que a los 12 años de pronto no se sabe lo que es correcto. Supongo que alguna culpa sentí por mis "afeminados" gustos.

Pero me he desquitado y aprovechado el tiempo. No hago conservas pero meterme a la cocina me causa entusiasmo adolescente y la merita verdad es que tengo un par de especialidades pa chuparse los dedos. Ustedes traigan el vino.