lunes, 19 de diciembre de 2011

Contra los obituarios


Maldigo
la necesidad de algunos
por ejercitar el chisme de la muerte,
ese pregonar de últimas miserias
nosocomios
itinerarios de partida y
hundimiento en tierra
primogénitos viudas
minucias de estertores,

mejor hacernos partícipes de la vida
y los actos de la vida
mejor anunciar los orgasmos
los espasmos felices
todas y cada una de las veces
que vencemos la risa de la hiena
y su mofa por caminar junto a ella

jueves, 15 de diciembre de 2011

Contra las alcancías


La rajadura en el lomo de la bestia
se traga las palabras
que uso para comprar días
desnudos de cordura
y pasmo
soles sin grito

el único ahorro que hago
es este dejarme ir que se acrecenta
como el vientre del marrano
no pretendo el futuro
ni su respiración de agujeros
que son pesadilla vestida
de corbata
mejor purgar al cerdo
ayudarlo con su indigestión
de noches.

jueves, 8 de diciembre de 2011

Contra el equilibrio


Pienso en la cuerda floja
de la que hablan cuando
el aullido
en esa famosa cuerda floja
que todos invocan cuando el
relámpago,
cuando el quiebre

incomprensibles para mí
los oficios del firme suelo
patria de búfalos y otras certezas
zombies

preferible
desplomarse en primera persona
decir Yo caigo Yo sucumbo
me pierdo en el éter insondable
de la éter nidad
decir
me pierdo y perderse
decir me tiro y tirarse

sábado, 3 de diciembre de 2011

Contra los días llamados domingo


días que son paréntesis
despierto para sentir nada abajo
como remolino que apunta al cielo
remolino de cuervos o agujas
que engulle con su lengua letargo
y eructa un pinchazo de hastío

días que sonámbulo rozo
el bajo vientre de un tedio parado
de cabeza
               desconozco
el himno que convoca a
la paciencia
la calma
serenidad de tormentas
en esta habitación con esquinas
de bostezo
que también son aliento sin ruta
que también son rugido
en duermevela

miro el parpadeo del foco y fumo
en cualquier momento se irá la
luz
en cualquier momento regresará
la luz
y así muchas veces siempre

lunes, 28 de noviembre de 2011

Contra el complot de los relojes


imposible ignorar las arritmias
del tiempo
contubernio de manecillas o granos
de arena en cloroformo suspendidos
la taquicardia del segundo que busca
la muerte prematura
el suicidio
la lentitud del calendario
y su bulimia
ningún minuto dura lo mismo
que otro minuto
ninguna puntualidad vive por sí misma
perder el tren el avión
nuestra cita con la nada
y nada es real
ni las 12 ni las 3 ni las 5 ½
ni la ½ para las 10
el tiempo no nato en su encierro
el tiempo que existe en lo fácilmente
corruptible, perchero donde cuelgan
las ausencias y ausentados

he parado el reloj que metí
a la tumba de mi padre,
para que los gusanos no despierten
a trabajar,
he adelantado los cucús de esta
vieja casa que guarece las formas que
me aterran,
para que canten todos ya mientras me
purgo los recuerdos
alguien quizá yo mismo
alguien quizá el viento que guardo
en la mano
alguien quizá sin nombre
sin edad
me cuenta el timo la burla
de los campanarios
mientras cubro mis oídos y ojos
y pulmones de la intemperie que se alarga
expande o aprisiona
como se alargan y expanden y aprisionan
los años y los recuerdos de los años

se vuelve necesario confiar en los
cigarrillos,
su exacto consumirse como espejo del instante
que me nubla
se vuelve necesario mirar a la araña
arquitectura negada a los cronómetros
confiar en la
gota que seca a la velocidad
que dicta su gordura
vamos a inventarnos otro vértigo
porque el de ahora ya lo conocemos
descubrir otra náusea
otra necesidad con filo de angustia
que nos apuñale distinto
que nos estrangule sin notarlo
al ritmo que la muerte marca.


miércoles, 23 de noviembre de 2011

Feliz Nuevo Año, Señor Arce

En toda mi vida he visto a Ricardo Arce no más de 50 veces. Medio centenar de ocasiones son en realidad muy pocas. Hay amigos a los que uno frecuenta dos o tres veces por semana y nutre la relación con tiempo, frecuencia, rutina o continuidad. 

Mi amistad con Ricardo Arce se ha nutrido de otras cosas. Es cierto que el alcohol nunca está ausente cuando nos vemos, pero creo no es ese éter el que nos hizo amigos ni el que me hace escribir estas líneas. Me gustaría decir entonces que nos une el éter de la literatura, el placer simple de compartir lecturas, puntos de vista, versos a la mitad, proyectos inalcanzables y todas esas cosas que acompañan a las lecturas, los puntos de vista, los versos a la mitad y los proyectos inalcanzables. Pero no estoy seguro.


Sé que estoy diciendo una obviedad porque nadie está seguro del por qué se hace amigo de otro alguien. En ocasiones los derroteros de la amistad están adoquinados con las motivaciones más excéntricas. Quizá sea la excentricidad misma de Ricardo la que me seduce, esa excentricidad que encarna en un tipo que igual puede leer frente a decenas de niños dispuestos a despedazarlo con el poder de su indiferencia, que desear las carnes de la más cojitranca puta. Pero tampoco estoy seguro.


Se podría pensar que nuestra amistad nace de un simple interés comercial, esos intereses que llevan a un editor de medio pelo a publicar a un poeta llanero, desconocido y posiblemente, mediocre. Me gustaría que la relación profesional, esa nube llamada editor-escritor fuera la razón de nuestra cercanía, pues me liberaría de esas otras responsabilidades de la amistad, ya saben, procurar que el otro no se muera en tu casa y esas cosas. Pero esta posibilidad tampoco me satisface.


Conocí a Ricardo hace ya algunos años, tampoco muchos. Los suficientes para saber que, de no haberlo conocido como lo hice, en un departamento de la colonia Narvarte con un whiskey enfrente, seguramente lo habría hecho en cualquier otro lugar del país, pero, siempre con un whiskey enfrente. Con esto, no quiero decir que Ricardo sea un borracho, sino que el borracho soy yo y tiendo a desconfiar de alguien que se niega a confesarle cosas a otro con un alcohol de por medio.


Conocí a Ricardo una noche que nos sirvió de pretexto para confesarnos cosas a nosotros mismos. Él a él, yo a mí. Muchas de esas cosas tenían que ver con literatura, recuerdo, y muchas otras más con mujeres, intuyo. Son cosas que prefiero guardarme por pudor, pero que han ido cumpliéndose como una profecía del apocalipsis; y qué bueno, en verdad que bueno que el apocalipsis tenga este rostro, este rostro tan colega, tan ingenuo, este rostro tan abecedario y tan impropio; tan me vale madres, tan no me vale madres.


Nos han sacado a madrazos de un bar, hemos presentado un libro juntos, nos hemos emborrachado hasta perder el sentido, me ha zapateado en el dominó, se ha burlado de mis versos (y aún así, los edita), me ha hecho escenitas de celos editoriales en público, tiene en empeño mis libros de Roberto Bolaño y se quiere dar a mi hermana, en fin.





Como buen poeta llanero que soy, no me queda más que finalizar con un lugar común: Muchos, en verdad muchos días de estos para ti, pendejete Ricardo. Gracias.

viernes, 14 de octubre de 2011

Contra Poeta


Un poeta encuentra a otro
poeta
y se ponen en guardia
y se baten
a duelo sobre una alfombra
de signos y erratas

como si una letra enfrentara
a otra letra
en el árido terreno de la hoja
intacta
como si una perla confrontara
a otra perla
en el encierro de una ostra
clausurada sin remedio,

bajo la sombra de un rascacielos
un poeta es la presa
de un rifle que sostiene
otro poeta,
y no hay disparos porque
las balas hieren menos
que la victoria muda,

muy lejos de ahí en
un barrio oscuro e impermeable
escucho sus gritos
y dejaré que sucumba
solo y febril
como los unicornios

y no me dolerá su muerte
ni la de ningún otro poeta

domingo, 25 de septiembre de 2011

Contra los videojuegos


Como en el pacman
de pronto
las calles bifurcan laberintos
y son los recuerdos
fantasmas que persiguen
todo lo que he sido,

ni qué decir del tetris
una loza mal acomodada
y las pesadillas se apilan
de una en una
hasta empujarnos vertiginosamente
hacia arriba
ponernos de mejillas contra el techo
y no hay musiquilla acelerada que advierta
nuestra asfixia,

soy el
protagonista de un videojuego
con el que se divierten nuestros
muertos,

y eso que sentimos al juntarnos
el botón
apretado por el pulgar de un
de un destino que no existe.

viernes, 23 de septiembre de 2011

Contra McDonalds


Lo verdaderamente jodido
no son las hamburguesas
con el adn de mil reses,
ni el refresco de cola que sabe
precisamente a eso,
ni las papas desalmidonadas
ni esa eme amarilla
estandarte de avenidas
sin sentido,

lo verdaderamente jodido
somos tú y yo,
comiendo una cajita infeliz
la tarde de un otoño con espinas
cuando dibujaste con vaho en la
ventana la palabra
olvido

y el estúpido payaso que no
paraba de reír.

miércoles, 21 de septiembre de 2011

Contra los LPs


Estoy atrapado en el rayón de
un disco de 1979,
entre una canción y otra
en ese paréntesis mudo
negra bocaza de un demonio
de vinilo
donde se escucha el aire que
no habla
pero inunda los párpados
con ese cuchicheo de muerte,

estoy atrapado en el rayón de
un disco de 1979,
y aquí no hay nadie
tampoco tú,
tampoco.

miércoles, 14 de septiembre de 2011

Contra la humanidad


He llegado a una conclusión:
el mundo estaría mejor
sin mí
sin ustedes
sin nosotros

el universo no necesita
nuestra eterna oquedad de boca
chimuela,
ni esa contradicción en las tripas
del espejo,
ni el pequeño paso en la luna
ni los robots que saben
todo lo no importante

el mundo se columpiaba sobre la
tela de una araña
en el equilibrio más perfecto
y redondo
hasta que llegué a pisarlo todo
con mis tenis
a moverlo todo con tu falda
de volcán y fuego en estampida,
a pulsar el botón rojo que desgarra
al tiempo en su adentro
y libera
esa fuerza de huracanes que
desprendemos todos en el
extravío

el agujero en la capa de ozono
es producto de nuestras tragedias
y desamores
que al evaporarse todo lo corrompen,
estaríamos mejor no estando
o viviendo en el sueño de algún
animal extinto,

excepto por las noches que tus
piernas se regalan a las mías.

jueves, 14 de julio de 2011

Historias de gatos: Feliz nuevo milenio


La madrugada del último 31 de diciembre del siglo XX, mi amigo Gerardo Fuentes, alias “el cucaña”, subió a su auto para viajar poco más de diez horas y pasar el año nuevo con sus padres. Lo acompañaban sus 5 gatos: Rox, Belém, Rayas, Pietro y Colado.

Cinco transportadores de gato en un Chevy Monza: cuatro en la parte de atrás, uno adelante. Rox, la de mayor jerarquía, iba de copiloto, con la ventana abierta, disfrutando del viento detrás de los barrotes. Belém y Pietro, pegados uno en cada ventana en el asiento de atrás. En medio iban Rayas y Colado.

Para llegar de casa del Cucaña a la de sus padres, es necesario tomar una carretera de dos carriles cuya recta interminable corta una parte del desierto mexicano. Dice el Cucaña que las primeras tres o cuatro horas de viaje todo había salido de acuerdo a lo programado: maullidos intermitentes, frío y una velocidad constante arriba de los ciento cuarenta km.

La primera ráfaga de olor a mierda por poco lo hace vomitar, y aunque en un principio creyó que se trataba de un animal muerto cerca de la carretera, muy pronto supo que uno de los gatos se había zurrado. Se orilló en el no-acotamiento sólo para comprobar sus sospechas con una pequeña variable: no se había cagado uno, si no dos gatos.

Las jaulas de Belém y Colado desparramaban los líquidos de una infección intestinal felina.
El olor era insoportable para continuar, y a Cucaña le pareció buena idea, o quizá más que buena idea le pareció necesario, buscar un sitio para limpiar el desbarajuste. Antes, había que resolver un dilema logístico: qué hacer con dos gatos batidos mientras pasaba jabón y agua por sus jaulas.

Para pensar, Cucaña sacó de su maleta una bolsa de marihuana y se forjó un porro, esperando que las caladas dieran la respuesta. Y así fue. Mientras fumaba recargado en el cofre del auto, decidió que primero sacaría a un gato, lo limpiaría y después lo metería junto a otro en la misma jaula. Posteriormente haría lo mismo con el otro gato.

Para ello tuvo que aguantar el hedor cuarenta minutos hasta encontrar el oasis que significa cualquier toma de agua en el desierto. Ni a Belem ni a Colado parecía importar su antihigiénica circunstancia y dormían agradecidos sobre una fina capa de mierda. Rayas y Pietro estaban más incómodos con la situación, pues de vez en vez movían la nariz con celeridad y después maullaban. Rox, como siempre, sólo se interesaba por ella y la hidratación de su pelaje.

Llenó de agua un recipiente que en otras ocasiones había utilizado para gasolina. Se fumó otro porro y decidió comenzar la operación antes de que la tarde cayera a pleno. Sacó a Belém de su jaula y aprovechó la pasividad de ésta para limpiarla con un trapo remojado. Después la metió a compartir habitáculo con Pietro. Entonces, cuenta Cucaña que pensó que todo estaba bien, y después pensó también en el año nuevo, y de paso reflexionó sobre la vida, el desierto y las rectas interminables en las que aparentemente nada ocurre.

Cuenta Cucaña que cuando tocó el turno de limpieza a Colado, el sol salió “como retando al invierno”, y mientras esto sucedía, de alguna u otra forma, atribuible quizá a los efectos de la mota, a la rebeldía felina o a los caprichos del destino, el gato soltó un mordisco y, una vez en el piso, echó a correr en dirección contraria a la ruta planeada.

De inmediato, mi amigo fue tras él. Y de inmediato supo que llevaba las de perder. No había objeto alguno al cual pudiese trepar el gato, ni un árbol, ni una casona perdida como en las películas de terror; pero aún así, el Cucaña tenía las experiencias de vida suficientes para saber que alguien, cualquiera, puede perderse en el vacío aunque lo estemos viendo.

Pero Colado nunca desapareció de su vista, simplemente, cuando se cansó de correr, comenzó a caminar, y para cuando se cansó de caminar, el Cucaña ya llevaba muchísima distancia de desventaja y también estaba cansado.

Ahora el dilema era dejar que Colado continuara alejándose con riesgo de perderlo de vista, o ir tras él y dejar al resto adentro del auto con el seguro de las puertas arriba y en medio de una carretera donde de vez en vez aparecía algún auto o transporte de carga. Decidió lo primero y continuó caminando tras el felino que, a paso lento pero constante, se alejaba del Chevy.

Llegó un momento en que el auto desapareció del horizonte, y tanto gato como hombre, decidieron sentarse a tomar un descanso, separados entre sí, por los metros suficientes para que Colado se escabullera ante cualquier intento formal por capturarlo.

Cucaña quiso llamar por teléfono pero no contaba con el saldo suficiente para que salieran las llamadas. También quiso no haber salido de casa aquella tarde y recibir el nuevo milenio viendo una agradable película en casa. En algún momento se recostó a orillas de la carretera sin perder de vista al gato, y se quedó dormido.

Despertó sobresaltado por el claxon de un tráiler que transportaba cerdos. El estruendo también había despertado al gato, quien, aún modorro, parecía ya no tener ganas de huir y se dejó agarrar sin mayores esfuerzos.

Cucaña vio la hora supo que era demasiado tarde para llegar a tiempo y recibir el año en casa de sus padres. Así que decidió regresar a casa. En el auto se respiraba otro ambiente, aún con ligero tufo a mierda, pero sobre todo, a la intemporalidad que preña todo ambiente felino. Rayas, Belem, Pietro y Rox, descansaban en ese otro desierto llamado jaula.

Metió las llaves y el auto no encendió. Estaba muerto como se mueren los autos sin batería, los autos que se quedan con el radio y las intermitentes palpitando horas, en medio de la carretera, un 31 de diciembre con la oscuridad acechando los últimos instantes de luz.

Fue entonces cuando Gerardo Fuentes alias el Cucaña, tuvo ganas de llorar, ganas que le duraron poco y de inmediato permutaron a la rabia, de esas rabias que empiezan en las piernas y se echan una siesta en el estómago. Después pensó que un problema de batería puede arreglarse con buen individuo que detuviese su camino un 31 de diciembre en la noche a mitad del desierto para pasarle corriente. Así que dejó de lamentarse y salió del auto a pedir asistencia. Veinte minutos después regresó con el dolor del frío y la incertidumbre en la piel. Durante ese tiempo pasaron tres autos, todos ellos conducidos por hombres que ni siquiera voltearon a mirarlo.

Tenía hambre. Y los gatos comenzaban a maullar seguramente por la misma causa. Había croquetas suficientes y una barra de granola en la guantera. Una promesa de cena de año nuevo poco consistente, sobretodo si el camino se ha saturado de periplos y desesperanzas.

En el desierto se puede recibir el nuevo milenio un par de horas antes o un par de horas después, poco importa, así lo pensó Gerardo, que para la diez de la noche había dado de comer a los 5 gatos y se había atragantado de una mordida los 125 gramos que contenía su envoltorio. Después se hizo un cigarro de marihuana y lo fumó completo de una sentada. Varios automóviles continuaron pasando de vez en vez, pero él ya no hizo por detenerlos.

Llamé a su teléfono minutos después de la media noche. Contestó una voz adormilada que correspondió a mis felicitaciones con gruñidos y la narración de la historia que acaban de leer.

sábado, 23 de abril de 2011

duerme la sombra


duerme la sombra pero no sueña
una virtud es desconocer la pesadilla
ignorar que existe el alacrán bajo la roca
el viento que siempre bifurca hacia el olvido o la niebla
la sombra duerme en el sofá del caos que se avecina
y programa del despertador la alarma
y se viste la pijama de una franela que no respira
y ronca la sombra con el pulmón
del espejo que nos mira

jueves, 21 de abril de 2011

la sombra se mira sí misma



la sombra se mira a sí misma como el perro que al amo desconoce. la sombra se mira a sí misma y piensa en el refugio de la muerte grácil. la sombra no tiene línea de mano y la gitana no predice su futuro. la sombra se mira como cuando un ojo ve a otro ojo en la noche. la sombra abre los ojos cuando el resto los párpados descansan.

y nos mira. la sombra nos mira como el perro que se ladra a sí mismo.

miércoles, 20 de abril de 2011

una sombra conoce a otra sombra


una sombra conoce a otra sombra y se hacen amigas. una de ellas es una sombra vieja. la otra una sombra joven. ambas mueren con el sol y resucitan con un foco. la sombra vieja prefiere las paredes la verticalidad del viento. la sombra joven el suelo la cloaca el infraespacio que es el cielo de los enterrados. ambas odian el arcoiris como piedra en el zapato. las sombras usan zapatos de luz que se desintegran a cada paso. el traje de luto es un obsequio del espejo que vomita la nada. una sombra conoce a otra sombra y se enamoran como en película en blanco y negro. y se toman un café y se llevan flores y terminan fornicando. la sombra joven y la sombra vieja entrelazados, la sombra vieja y la sombra joven dándose, el semen de la sombra como pétroleo en la entrada oscurísima de vacío de la otra sombra.

una sombra se cruza de frente con otra sombra, y pasa nada.