jueves, 18 de octubre de 2012

A propósito de plagios...


A propósito de los plagios literarios, un fragmento de mi cuento "Ladrón de dinosaurios", que pueden encontrar en el libro del mismo nombre. Editado por Ficticia.

En la vida sólo he tenido un amigo y un enemigo, pero esos sentimientos tan contradictorios encarnan en la misma persona. Primero y durante muchos años fue la amistad, después el odio.  Creo estar en lo correcto, otros en mi situación harían lo mismo. ¿Cómo no declararle la guerra a quien ha obtenido fama y respeto a costa de uno?
El hombre al que me refiero ha dado la vuelta al mundo, concede muchas entrevistas y vive cómodamente gracias a mí. De mí obtuvo la idea que lo llevó al éxito, si no me hubiera conocido, si yo no le hubiera brindado parte de mi vida, él sería un perfecto don nadie. Pero hoy en día parece que todos conocen su nombre, y digo parece, porque yo no pertenezco al mundo de las letras y, por lo tanto,  no me muevo en esos círculos de petulantes. Su nombre es Augusto y su apellido Monterroso, mi enemigo, culpable de escribir el cuento de El dinosaurio, a costa mía.
Mi acusación tiene fundamentos y para demostrarlo me remontaré a la época en que los dos éramos unos patojos guatemaltecos. Lo conocí cuando nos comenzaba la pubertad pero aún teníamos cara de niños y actuábamos como niños. Porque antes  era diferente y a los trece años uno todavía jugaba a cosas inocentes y no tenía malos pensamientos.
Éramos vecinos y comúnmente nos juntábamos en mi casa. Las horas se nos iban jugando a la pelota en mi jardín o atrapando insectos para luego inspeccionarlos, porque desde entonces a mí ya se me veía la vocación por los animales, mientras que Tito se limitaba a hacer lo que yo le pedía, porque eso de escribir le vino después, cuando ya le dio por chupar las ideas y las historias de los otros.
Pero seré concreto porque tampoco voy a detallar todo lo que le di, los balones que nunca me devolvió ni las innumerables veces que el mal agradecido comió en  mi mesa. Contaré el trágico momento del plagio que lo haría famoso y las consecuencias que esto traería en mi vida.
Fue una noche que un compañero escolar nos invitó a una fiesta  de disfraces. Tito y yo nos preparamos en mi recámara, nos vestimos y desvestimos varias veces tratando de improvisar un disfraz que nos hiciera dignos de admiración. Escudriñamos en mi armario y en el de mis padres, en la cocina y en el sótano. Y por fin, cuando decidimos forrarnos el cuerpo de papel aluminio simulando una armadura de caballeros míticos y asirnos unos cuchillos de cocina cual espada de guerrero, nos sentimos satisfechos. Pero como siempre, la inseguridad de Tito nos detuvo  por más tiempo. Ya parecemos guerreros pero necesitamos una bestia para hundirle nuestras armas Dijo. ¿Una bestia? Pregunté. Mi amigo era un caprichoso y estaba dispuesto a llevar las cosas hasta su última consecuencia si no se le prestaba atención. Sería ridículo llegar de caballeros con armadura y no representar una batalla Continuó. ¿Y de dónde vamos a sacar a nuestra bestia? Y  apenas formulé aquella pregunta, ambos dirigimos la mirada al tapete donde se hallaba dormida Canela, mi perra.
De inmediato le quité la pantalla a mi lámpara y se la coloqué a la Canela en el cuello tras unos forcejeos de por medio. La perra realizó un par de intentos con las patas para quitarse aquel objeto, pero ya había hecho costumbre pues no hacía mucho el veterinario le colocó una férula en su extremidad y también un collarín muy parecido para evitar que se mordiera el vendaje. Después, le adornamos su collar con papel de china  simulando unos picos. En la cola le amarramos un recorte de cartón parecido al de una punta de lanza. Una hora después, salían de mi casa dos guerreros con armadura acompañados de una bestia idéntica a un crío de dragón.
La fiesta fue típica de Guatemala: comimos fiambre, bailamos un poco y los mejores disfrazados se esforzaban por actuar su personaje. Fue entonces cuando  Tito insistió con lo de representar una batalla. Yo amago a la Canela con el cuchillo, la enfurezco y comenzamos la pelea, mientras tu subes a la barda y cuando la perra me tenga en el suelo le saltas encima y finges matarla
 Maldita la hora en que le hice caso. Salí de la fiesta, di una vuelta a la manzana y escalé la barda de un terreno baldío que colindaba con el jardín donde se llevaría a cabo nuestro espectáculo.
Cuando asomé la cabeza no se oía ruido, pero supongo que Tito vio una parte de mi cabellera y comenzó a gritarme algo que no entendí. Decidí arriesgarme a echar a perder el numerito y ver qué sucedía. Asomé medio cuerpo por la barda y Tito me gritó algo que seguí sin comprender porque todos estallaron en risas, con las piernas temblorosas me paré en la barda para intentar descifrar lo que mi amigo decía. Ya no se puede hacer nada, la Canela se escapó tras de ti Dijo Tito y al momento de su frase, la perra ladró en el lote baldío y cuando volteé a verla, me desequilibré, caí de costado y perdí el sentido.
Me dieron alcohol para reaccionar y mi madre fue a recogernos en el auto. Tito y yo atrás, la Canela de copiloto. Durante el camino mi amigo traía una cara de risa mal lograda, de querer carcajearse y no hacerlo por respeto. ¿Qué fue lo que pasó? Ya sabes lo que pasó, le contesté. Mejor dime tú cuanto tiempo estuve desmayado, qué hicieron cuando vieron que me caí Pues nada, que nos vamos corriendo a darle la vuelta a la calle, pero cuando llegamos ya no estabas desmayado, te veías como aturdido pero bien vivito Me dijo y después volvió a preguntarme: ¿En qué pensabas cuando te desmayaste? Como se ve que nunca has perdido el sentido, uno no piensa nada ¿Y entonces? Entonces qué le contesté-  pues nada, que cuando desperté, la Canela aun estaba ahíAhhh dijo el plagiario y se quedó pensativo.