viernes, 13 de agosto de 2010

Dulces 16

Alguna vez fui director técnico de un equipo de fut en mi barrio. Aunque decir director técnico es inexacto, sobretodo porque a los dieciseis, a lo más que se aspira es a gritar desde la banca (ni banca había), a un grupo de mocosos menores de diez que corren tras un balón. 

Entrené al Italia de la liga infantil de mi barrio, en Tláhuac. Era cancha pequeña y los equipos se formaban con 6 jugadores. El portero era el Gordo. En la defensa estaban el Tamal y Chilaquil, ambos muy lentos y tronquitos, pero no había para más. La media era la casa de Pablo, desde ahí, el cabrón hizo y deshizo la cintura de varios y hasta toques de taquito se aventaba. En la punta jugaba el Playmobil, y cuando no lo dejaba salir su papá, poníamos a Tomate o a Fortunato, pero entonces el equipo perdía presencia.

Llegamos a la final y nos dieron caña muy feo. Perdimos siete a dos. No estuvo el Gordo en la portería porque se lo llevaron de vacaciones. En su lugar pusimos a Alan, un chamaco que conocimos esa semana porque paró un par de penales en las cascaritas de media tarde. Para celebrar el subcampeonato nos fuimos a comer tacos. Ahí conocí a Jessica, hermana de Alan.También conocí a su papá, que fue el que pagó la cuenta.

La siguiente temporada ya no entrené al Italia porque las únicas piernas que me interesaban para entonces, eran las de Jessica. Con Jessica no perdí mi virginidad pero sí conocí el sexo en varias posiciones y a todas horas del día. A menudo cogíamos en el estudio de su casa, mientras su madre veía las telenovelas en la recámara.Otras veces ella me ocultaba en el ropero hasta que todos se iban a la cama. Entonces yo salía y pasábamos la noche juntos. 

También dejé de ir a la escuela. El amor de los dieciseis me pegó con todo. A mi madre le decía que estaba con mi abuelo, quien para entonces y para fortuna mía, los años habían ablandado y convertido en un viejo irresponsable y solapador. 

Un día me fui de vacaciones con mis primos a Cuernavaca. Mi tía tenía casa allá, lo que facilitó que la temporada se alargara casi todo el verano. Al principio, llamaba a Jessica todas las noches. Después, la comunicación se hizo esporádica hasta casi desaparecer. Cuando regresé, me dijeron que la habían visto de la mano de Marcos. Fui a preguntarle al tipo y me reventó el hocico de un puñetazo. 

Jessica y yo, simplemente nos dejamos de hablar. Entonces solía sentarme en el patio trasero del edificio donde vivía. Intentaba curarme la tristeza con más tristeza, así que por algunas semanas (que a esa edad son equivalentes a lustros) estuve solo, en el traspatio, pensando que la vida era cabronamente injusta.

Intenté emborracharme pero en esos tiempos vomitaba con mucha facilidad y terminaba agotado antes que embrutecido. También busqué refugiarme en la literatura, pero nunca he podido abandonarme a ella cuando me siento triste. Mis delirios con la palabra vienencuando las crisis están superadas. En mi caso, la literatura es un oficio de estabilidad.

El dolor se me fue con el olvido, aunque los videojuegos contribuyeron de manera decisiva. Desde entonces prefiero los de deportes. Me gustan los de ahora, con esas gráficas impresionantes. Los de futbol hasta muestran  animaciones idénticas de los directores técnicos, entonces no puedo evitar sonreír, y pensar en el pasado.

4 comentarios:

Ricardo Arce dijo...
Este comentario ha sido eliminado por el autor.
Ricardo Arce dijo...

aste ya no escribía así de bonito, que padre reencontrarlo

dèbora hadaza dijo...

me gustó

Anónimo dijo...

por eso les dicen dulces 16