Cundo Eric me pidió, por twitter, que presentara su libro, pensé que se trataba de un libro de poesía y muy segura le dije que sí. Porque yo conocía entonces su poesía y me parecía buena. Al par de días me enteré que era un libro de cuentos. Me puse nerviosa. ¿Qué tal que no me gusta? ¿Qué tal que no encuentro nada que decir? ¿Qué voy a hacer si el libro me resulta ilegible? Alegar una enfermedad, pensé. Algo contagioso: influenza. No, no, algo menos común: lepra. Decir: Eric lo siento mucho pero tengo lepra, no voy a poder presentar tu libro. Te la debo. Pero, para mi fortuna, cuando me entregaron Ladrón de dinosaurios y me senté a leerlo me lo eché de un tirón, y no sólo eso, también me divertí mucho. Entonces, como disfruté el libro, puedo estar aquí y hablar de él sin preocupaciones.
De niña me encantaban los dinosaurios. Me parecían seres casi mitológicos. Me parecía sorprendente que esos dragones ancestrales, con sus dientes filosos o sus crestas grandísimas hubieran sido reales, que se hubieran paseado por la tierra como lo hacemos nosotros ahora. Lo que más me asombraba de los dinosaurios era justamente eso: que estaban, en mi imaginario, en el límite entre la mitología y lo real, lo de carne y hueso.
Si bien el título “Ladrón de dinosaurios” sale de un cuento homónimo dentro del libro en el cual se habla del Cuando despertó el dinosaurio todavía seguía ahí, de Monterroso; pensé que era un título que permitía otra interpretación. Pienso en los narradores de estos cuentos como ladrones de dinosaurios. Me explico: a través de las páginas del libro van desfilando diferentes personajes que ya tienen construida una mitología: Monterroso, Rulfo, Vargas Llosa e incluso otros dinosaurios que si bien no tienen nombre representan a diversos seres que habitan en el campo de la literatura. La figura del escritor es nuestro dinosaurio contemporáneo. “Es que fulano es escritor” nos dicen y de inmediato Fulano se llena de esa aura mística, de esa pureza corrupta de ese aire mitológico que nos dejó bien heredado la bohemia de finales del XIX. Uno mismo (o bueno, no sé si todos, pero hablo por lo menos de mi caso), que de pronto escribe un cuento o que pega por ahí un par de versos, tiene mucho cuidado de no decirlo, de que no se salga por ahí un “soy escritor”. Porque hay una construcción en torno a la figura del escritor y es una construcción tan fuerte como arcaica.
El escritor es de carne y hueso. Es en este sentido que afirmo que los cuentos de Eric están llenos de dinosaurios y de sus ladrones. Hay, en sus relatos, no en todos, pero en la gran mayoría, una desacralización del escritor y del campo literario. Los personajes que fungen como ladrones, es decir, como los agentes encargados de negar lo mitológico de los escritores y volveros de carne y hueso, son personas comunes: una vendedora de paletas, un veterinario, el dueño de un prostíbulo e incluso un parásito. Los cuentos plantean así un nuevo acercamiento al escritor, donde éste queda representado como un ser común y corriente. El dinosaurio no es mitología: existió y era un animal como un animal es una vaca o un perro o una cucaracha.
Me gusta esa propuesta. No sólo porque los cuentos resultan muy divertidos al burlarse y mostrar lo real de una figura comúnmente sacralizada, sino también porque proponen una postura más sensata ya no frente a la figura del escritor sino frente a la literatura. Frente a la literatura en español, para ser más precisa. No sé qué ocurre en nuestra literatura que, salvo ciertas y poquísimas excepciones, el humor ha quedado relegado. Es como si el humor fuera considerado otra cosa. ¿Qué cosa? Lo que sea, pero no literatura. Fenómeno que no ocurrió, por ejemplo con las letras inglesas. Actualmente, me parece que hay una especie de rescate y de defensa en el humor literario y creo que Ladrón de dinosaurios se puede inscribir en esta defensa y ya no sólo por el propio humor en los relatos sino por el ejercicio desmitificador que éstos realizan.
No me parece fortuito que el único ser mitológico, el único dinosaurio, que sale ileso en este libro sea parte de la cultura popular: el Santo. En “El Santo contra los párvulos” todo parece indicar que el proceso desmitificador se llevará a cabo del mismo modo que ocurre con los diversos escritores que aparecen en el libro; sin embargo, Eric decide perdonarlo. Decide mantenerlo como la figura intachable, como el superhéroe, como el gran luchador. Me gusta esa decisión, esa afirmación. Es como decir: podemos dudar de Rulfo, puede que Jaime Sabines no haya sido un señor intachable, puede que los concursos literarios estén comprados, se puede sospechar de los escritores y de la literatura, porque para seres intocables, para seres mitológicos no están esos dinosaurios, para seres fantásticos nacionales, ahí estará siempre el Santo.
*Jueves 24 de mayo de 2012, San Pedro Cholula.
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