Buenas
noches a todos.
Hace
unas semanas, Marcial Fernández escribió en su columna que aparece
en El economista, acerca de la situación de las editoriales
independientes en nuestro país, concretamente, hacía referencia a
la proliferación de éstas. Tiene razón, y qué bueno, me gusta
pensar en ellas como la válvula de una olla exprés que guarda las
letras de un país que tiene mucho que decir.
Publicar
en esta editorial, Ficticia, me llena de gusto, no sólo porque
Ficticia se ha convertido en un referente para los cuentistas de
México, sino porque, cuando un editor con la experiencia de Marcial
se fija en ti, es difícil no estar agradecido. Ser editor en un país
con una política cultural con muchas deficiencias es un asunto de
valientes, sobrevivir de los libros en un país que le tapa el ojo al
macho becando “Jóvenes creadores” sin preocuparse por
hacer“Jóvenes lectores”, es un asunto titánico.
Y
hablando de editores, hace unos días pensaba que es precisamente la
figura del editor, la gran ausente en los cuentos de Ladrón de
dinosaurios. A decir verdad, no sé por qué no se me había
ocurrido hacer una historia sobre ellos, quizá, porque por mucho
tiempo mis relaciones vivenciales -por así decirlo- con la
literatura, se limitaban a los escritores que conocía en persona
gracias a las presentaciones de sus libros, y a la convivencia con
mis colegas en el taller de Beatriz Espejo en la Facultad de
Filosofía y Letras, o en el de Raúl Parra, en Ciencias Políticas.
Fue
precisamente en estos talleres donde inició la aventura de Ladrón
de Dinosaurios. Decidí que Juan Rulfo, Jaime Sabines, José
Agustín, Augusto Monterroso, Mario Vargas llosa y Octavio Paz, entre
otros, fueran los personajes de estos cuentos a sabiendas de que
atentaba contra las buenas conciencias de la literatura mexicana, y
cuando digo las buenas conciencias, no me refiero a ellos, los
escritores; sino a toda esa aura que los rodea, aura creada por
alumnos lambiscones, funcionarios cuidachambas, lectores en busca de
mesías y un sin número de etcéteras que miran o tratan al escritor
como un hombre dotado por las musas.
Recuerdo
haber leído Los amorosos callan alguna vez en el taller de
Beatriz Espejo y recuerdo haber salido mal parado. Los
cuestionamientos y críticas rondaban en el tema de la
verosimilitud, pues había quienes decían que era fundamental hacer
una investigación sobre los gustos y las costumbres ordinarias de
Jaime Sabines. A mí, francamente me parecía que si a Jaime Sabines
le gustaban o no las paletas de nanche, si era o no, un mujeriego,
tal y como afirmo en la historia, es lo de menos; la verosimilitud
existía porque existía esa posibilidad dentro del texto.
Algo
parecido sucedió con el cuento Santo contra los párvulos,
leído en el entonces taller de Rafael Ramírez Heredia. El
cuestionamiento era similar: importaba o no que en la llamada vida
real, el Santo hubiese tenido una cicatriz en la nalga. Para mí, por
supuesto, no importaba, mi Santo, el de mi cuento, tenía una
cicatriz en el glúteo producto de un botellazo en el cuadrilátero.
En el 2008, ese texto fue reconocido en el Certamen Nacional de
Cuento de, quién lo dijera, Beatriz Espejo. A partir de ese hecho,
fue recopilado por esta editorial en la antología El espejo de
Beatriz y de esa manera, fue que conocí a Marcial, y tiempo
después, le entregué una versión de Ladrón de dinosaurios
y me dediqué a acosarlo para que lo publicara.
Lo
buscaba en los bares y cantinas, lo espiaba en los juegos de su
equipo de fut, lo llamaba a altas horas de la noche, enviaba mensajes
a su mail con textos que decían algo así cómo, “oiga señor
Marcial, ya leyó usted a Eric Uribares, yo creo que debería
publicarle un libro...” y bueno, pues tanto va el agua al cántaro
hasta que se presenta el libro.
Hace
unos días que pensaba en estos textos, recordé, Servicios
profesionales, el cuento que abre el libro y el cual fue escrito
hace aproximadamente 6 años; en aquel entonces, me pareció que
hacer una historia sobre unos sicarios que se anuncian en el
periódico como cualquier oficio, resultaba atractivo porque jugaba
con el absurdo. Hoy, 6 años y 60 mil muertos después, el cuento
podría pasar desapercibido entre las notas de cualquier diario.
Sería
necesario decir que, no obstante el buen número de literatura, sobre
todo de novelas, que se han escrito recientemente acerca del
narcotráfico y la violencia que se vive en nuestro país, la ficción
literaria tendrá que buscar nuevos derroteros si quiere mantener su
capacidad de revelación ante una realidad que se desbordó, con toda
su totalidad y de todas las formas posibles, sobre una sociedad que
se ha debatido siempre entre el sueño y la vigilia.
Es
un reto para los narradores mexicanos actuales, retomar la supremacía
de la ficción sobre la realidad.
Ladrón
de dinosaurios no pretende eso. Es la suya una apuesta más humilde,
pero muy honesta. Los demás adjetivos les corresponde a ustedes
ponerlos.
Muchas
gracias.
Ciudad de México
Palacio de Bellas Artes
6 de junio 2012
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