Todas mis ideas, mis desencuentros, mis penas y glorias, las concibo a través del verbo, del sujeto más simple o del predicado más obtuso; del verso más descompuesto o el recadito más propositivo. Sin embargo, a la vez, pocas cosas me generan más desconfianza que la palabra escrita, su inconmesurable poder para revelar o eclipsar, para derrumbar o edificar la mejor de las mentiras, el más sutil de los engaños.
Por el contrario, confío ciegamente en la luminosidad del tacto, en su obvia transparencia que no admite frialdades enmascaradas de pasión o viceversas. La sinceridad de un roce epidérmico es incomparable, una infalible prueba de polígrafo que erecta sus vellos ante la proximidad o la promesa.
Cuando el tacto toma la palabra, es un cuento del escritor mexicano Guillermo Samperio, un texto cuyo título bien merece un premio, y funge (como todos los buenos títulos) como la quintaescencia del texto, como el anuncio formal de la avalancha, como el preludio al quiebre.
Un par de dedos del pie suelen trasmitir con más fluidez, con más alegría y menos equívocos, que cualquier tratado mercantil o poético (que hoy en día es prácticamente lo mesmo).
Se busca toqueteo. Así de barbix¡¡