domingo, 9 de noviembre de 2008

Las putas y yo

También la pobre puta sueña.
La más infame y sucia
y rota y necia y torpe,
hinchada, renga y sorda puta,sueña.
Eduardo Lizalde

Me gustan las putas. Y no pretendo, ni lo mande dios, querer canonizarlas como diría el abue Sabines, porque eso de convertirlas en santitos me parece que es demasiado idealizar, volver intangibles a las muchuchas, y eso es casi casi una contradicción, un sinsentido paliducho e indeseable.

Me gustan las putas porque he estado con ellas y la apertura de sus piernas siempre guarda un secreto que me hace sentir un verdadero polluelo en la vida. Con ellas nunca salgo bien librado; he terminado sin cartera y sin calzones, o malcogido y vituperado, o desfalcado más que agradecido, o decepcionado y más ganoso.

Pero me gustan. Su descaro, su maña, el colmillo que arrastran a las par de los tacones, el maquillaje excesivo, el dulzón aroma de sus perfumes que me recuerda al tepache; las sexysonrisas que a menudo evidencian huecos entre los dientes, su eterna prisa para que te vengas, los gemidos actuados y no por ello menos excitantes; me gusta que te cobren antes de bajarte el pantalón, los condones del Seguro que te ponen las putas baratas y los condones Benetton que usan las putas nais.

Nunca he pretendido gastar mi dinero para contar mis problemas a una puta. Por supuesto, he compartido charlas y tragos con algunas, pero a menudo les miento cuando platico, al igual que ellas lo hacen, y todo está bien porque negociar únicamente el cuerpo signifca despojarlo del otro andamiaje, del yelmo de la vida que nos tocó vivir y con el que nos toca dormir y despertar.

Una vez una puta Húngara me dijo que podía hacerle lo que quisiera, menos tocarle las tetas. Por qué, pregunté. Porque no te lo puedo dar todo, respondió. Así de barbas.