martes, 3 de enero de 2012

Los matones de Carlos Fuentes (primera entrega)


Pues ya saben que ahora la tecnología todo lo facilita y todo lo permite, aunque la frase sea superflua, en algunos casos es cierta. Antes uno podía enviarle misivas a su escritor favorito y sentarse a esperar la respuesta mientras imaginaba, con el paso de los días, la ruta que seguía la epístola, misma que muchas veces era ignorada por múltiples factores que iban desde el desinterés del interlocutor, hasta el cambio de domicilio de éste.

Bueno, digo todas estas obviedades como preámbulo a la historia que voy a contar. Resulta que desde hace varios años sostengo conversaciones (y otros intercambios poco amables) de correo electrónico con Carlos Fuentes. Él no es mi escritor favorito y supongo que yo tampoco soy su lector predilecto, y si en algún momento nos enganchamos en el intercambio de opiniones, esto se dio gracias a la necesidad del insulto abierto y facilón al que tienden los escritores con todos aquellos que los cuestionan.

Carlos Fuentes fue el primero en abrir fuego ante un comentario mío con respecto a su muerte, cuando, años atrás, publiqué en un diario de circulación universitaria una esquela con su nombre. El señor Fuentes mandó un muy conciso mail a la redacción: “Me parece una broma de mal gusto. Por supuesto, no he muerto. Me preocupa su falta de profesionalismo”. Ese mismo día apareció un comunicado desmintiendo el deceso del escritor.

Antes de abandonar mi oficina en el periódico (fui despedido, claro está), copié la dirección de correo electrónico y la respondí desde mi dirección personal. La respuesta también fue precisa: “Me preocupa que usted no sepa distinguir entre una broma, y una metáfora sobre su carrera literaria”. Y así empezó todo.

Y fue entonces que recibí mi primera lección importante en el mundillo de las letras: uno puede escribirle cientos de veces a un escritor para pedir una opinión sobre sus primeras edificaciones literarias y puede quedarse esperando para siempre, pero, si uno osa mofarse o recurrir al sarcasmo, estén por seguros que obtendrán una respuesta colérica y sin precedentes. Eso fue lo que pasó conmigo, y ésta, es la historia: