viernes, 26 de diciembre de 2008

Napolitano

La fauna de la colonia Nápoles es variada y singular: ejecutivos bien pagados con loft´s minimalistas color surimi, nenas con pechuga y camioneta nueva cuyas habilidades enrojecen a unos y agradecemos otros, familias bien portadas en casonas con candelabros y relojes cucú, pintores que confunden la escatología con lo new age, poetas de a peso que escribimos en blogsitos…

Pagué 700 morlacos por la mudanza. Fue barata por dos razones: llevaba pocas cosas porque doné y vendí otras cuantas, y porque el viaje, después lo supe, conllevaba riesgos. El camión de la mudanza tardó 20 minutos en entrar a mi calle y 30 en salir (se conjugaron factores; un mega camión del que ocupé el 5% del espacio y una calle angosta). Era un armatoste oxidado que caminaba de milagro. A las tres calles, en plena avenida Cuauhtémoc, se jodió la dirección y obstaculizamos el tráfico durante 40 minutos.

-Usté no se preocupe patrón, orita mando traer otra troca, aguante.
-Ora pues Don, haga lo que tenga que hacer (que filosofía la mía), voy a la esquina por un gueitoreid que la cruda me está matando lentamente (que poesía la mía), si se endereza la chingadera trépese y pise el acelerador que seguro lo alcanzo corriendo (uy sí).

La Nápoles es una colonia más fría e impersonal que mi ex barriecito la Narvarte. La amplitud y limpieza aparente (hay nidos de ratas estratégicamente hospedados) de sus calles la vuelve un barrio un tanto insípido y ahuecado.

Dijo el casero, que desde mi nueva habitación se escucha el barullo de la plaza de toros cuando hay temporada grande. También dijo que hallar un lugar de estacionamiento durante esos días es imposible. A mi llegada, él no para de hablar y sugerirme algunas cosas que podrían facilitarme la vida en el barrio. Yo me limito a preguntar por las marcas de cerveza que venden en el Superama y calcular mentalmente el número de invitados que el depa puede aguantar sin venirse abajo. Primeros cálculos: 8 invitados sobrios 4 muy ebrios. Segunda aproximación: 6 invitados muy briagos, o bien, 13 muy pachecos y quietesitos (las combinaciones son infinitas).

Acomodé reacomodé moví subí bajé deslicé magullé los muebles hasta que todo pareció tener un orden aparente. En ese momento sólo dos cosas no encajaban: el refri bajo la regadera y tres lámparas en la cocina. Decidí entonces abrir una botella de vino y en cuarenta minutos solucioné el asunto: el refri a la entrada (una bienvenida poco cálida, excepto si al visitante le gusta la cerveza) y las lámparas a la basura (un conflicto personal y literario con el siglo de las luces).

Ya encontré el lugar de la casa donde voy a escribir, ya encontré también el lugar donde voy a beber, (que está a 70 cm de donde voy a escribir) y el lugar donde voy a fumar (que está a un punto equidistante entre los dos anteriores). Eso, por el momento, es lo que importa.

Besos Istéricos.