Hace tiempo que sólo miro el horizonte, un horizonte que es las persiana de mi habitación, el cielo azul de la primavera o una cabellera cualquiera que se pierde en una calle cualquiera. ¿Y qué veo en el horizonte? No mucho, una pared blanca, más que una pared un muro, un gran muro, una muralla que serpentea los barrios por los que camino o las sábanas que me cubren.
En esa muralla blanca existen grafitis igualmente blancos que sólo yo puedo ver. Muchos son dibujos de cuando niño, escenas de juegos infantiles y distracciones interminables. También hay letreros, mensajes que supongo significaron algo pero ahora no entiendo; números sueltos y otros que parecen un conjunto de cifras que descifran algo que bien pueden ser fechas, conteos, fianzas.
Pero en mi pared blanca, esa que miro cuando voy en el metro y todos piensan que los letreros publicitarios me han atrapado inexorablemente, también hay espacio para lo incomprensible, lo exótico. A menudo descubro en ella, elementos, objetos sin significado aparente a primera vista, pero que durante el sueño me revelan sus secretos. He descubierto, por ejemplo, huellas blancas que no son las mías o miradas escrutadoras que me han visto sin que yo las mire, lápices labiales, copas de vino, bolígrafos con tapas mordisqueadas.
Pero lo más importante de mi pared es el gran espacio vacío que la inunda y carcome. Un espacio de kilómetros y kilómetros que habrán de llenarse de esas cosas que sólo yo puedo ver y colorear de pronto, para que se hagan visibles para otros.
Hace algunas noches desperté sobresaltado. Soñé que caminaba en sentido contrario a una multitud que pasaba sin mirarme, desviando apenas sus pasos para no estrellarse de frente con los míos. Pensé que había errado el camino por mucho tiempo y que estúpidamente había estado caminando al revés. Pero de pronto vi unas huellas, tus huellas, que parecían caminar junto a las mías siguiendo su propia muralla. Y siguiendo los pasos para encontrarte me topé con otras huellas de otros que como tú y como yo, caminaban por derroteros propios en rutas que incluían las mas variadas direcciones.
Prendí entonces un cigarro y me senté en el suelo a imaginar tu rostro y el rostro de los otros, vi ángeles y demonios y álbumes fotográficos de poetas tristes.
Puse un anuncio en el periódico para encontrarte. Ayer pedí que lo quitaran.